Cuanta Victorino Paytán, que era cargador de tiro en el trescientos, que una vez que se dirigía a su trabajo, un muqui se le acercó por detrás y le dijo al oído que no fuera a la labor porque la mina se iba a amontonar. Paytán, que era amigo de los muquis, ya que siempre les ponía su s piedrecitas y cuando iba a la iglesia les dedicaba una oración, se quedó parado como media hora. En eso nomás sintió que el derrumbe hacía presa a su labor, sepultando a todos los que trabajaban en ella.
Otra vez Toribio Ramírez fue jalado de los pies a una tolva, justo en el momento en que de la bóveda se desprendió un bloque de mineral que de cogerlo lo hubiera hecho papilla.
Y otra vez, Manuel Santiago, que era ayudante de cargador de tiro, entendió que no era conveniente hablar mal de los muquis, pues cuando se trataba de esto decía que los muquis no existían sino en la imaginación de gente ignorante y supersticiosa. Una tarde, contaba él, ya convencido, cuando su maestro estaba disparando explotaron los dos primeros tiros, cayéndoles encima el mineral, a consecuencia de lo cual murió el maestro y él resultó muy mal herido, pues cuando quiso escapar sintió que alguien se abrazaba a sus piernas, impidiéndole correr.
Lorenzo Matos contaba que una noche estando durmiendo en su casa, un muqui se subió a su cama y le dijo que al día siguiente iba a morir el caporal Donato Carlos, a quien odiaba con el alma porque una vez lo pateó hasta dejarlo tendido y después lo carajeaba todos los días. Donato Carlos se emborrachó a día siguiente hasta muy tarde la noche y se quedó dormido en un banco de la plaza Chaupimarca, donde le agarró una pulmonía que se lo llevó al cementerio.
Por todo eso, la gente decía que había que estar bien con los muquis.
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